Se me gastaron los proverbios, se me acabaron las palabras, terminé de empeñarme una y otra vez en lo mismo, recojo mi ancla ya que mi barco debe seguir su camino, ahí te quedas en ese puerto anhelando sin sentido las cosas que ya has tenido, sácate la máscara yo ya no puedo hacer que veas pues me he dado cuento de que no tienes ojos, mi cosrazón palpita pero mantengo mi timón firme mientras sigo ondeando, me siento como el capitán, alto fuerte sin miedo, por muy altas sean las olas de ese mar al que me enfrento, P saca tu pañuelo, ahora te tocará derramar las lágrimas por todo aquéllo que no has hecho, ya me di cuenta de que no te gusta aprender de nada ya que tu ego no te lo permite....
Empecé a recordar esa casita en la que vivías, abuhardilla, con esos techos de madera, en algunas estancias de la misma incluso habia que agacharse un poco, parecía típica para muñecas, recuerdo el olor a lo que podría ser antigüedad y también los peldaños que se alzaban en esa enorme esaclera de caracol que su majestuosa baranda, cada vez que subías a un peldaño podías escuchar el crugir debajo de la madera con la carga de los años. Habían pasado muchos años desde ese encuentro, pero por alguna extraña razón sentía que podría resumirte brevemente lo acontecido sin notar distacia entre nosotras. Algunas reflexiones que he solido hacer con frecuencia suelen buscar un porque evidentemente ahora entiendo que a veces las personas hacemos las cosas sin tener un motivo en concreto, las hacemos sin pensar, la diferencia es que algunas si aceptamos la consecuencia de las mismas otras en cambio vagan errando cual animas en el purgatorio, asi estan años y años, pero mi condición excéntrica me lleva a pensar que en algún momento fuere cual fuere tales tipos de personas llegan a hacer la reflexión y se tienen que dar cuenta de que cosas han hecho mal aunque luego solo les toque vivir con ello.
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