Cerré la puerta tímidamente, saqué mis zapatitos de tacón alto, y los llevé hasta el dormitorio en la mano, sentía decepción, desconsuelo pero era sólo eso.
Con el paso de los años había aprendido a manipular mi corazón, a dictarle porque sufrir y porqué no, tenía esa necesidad que solo cuando sabes amar tienes, pero no quería correr riesgos, necesitaba controlar hasta el último de mis sentimientos.
En mi teléfono una frasesita me recordó que seguías en la distancia, entre las sombras, en la penumbra de las ironías, eras como un viejo fantasma al que yo muy bien conocía.
Ya no me apetece entregarme, ni ser la muñeca de nadie, me apetece pensar en lo que quiero, en mi misma, en mis sentimientos, me apetece fantasear, meter a cuantos quiero en el jardín de mis deseos, ya no era vulnerable, ahora superaba las rupturas como si de partidas de naipes de trataran, pasaba las páginas de viejos libros terminados de leer, se acabaron los fundamentalismos, los prototipos y me encontré de repente saliendo, conociendo hombres, cada uno con su historia, con sus vivencias, con sus momentos.
Levanté la mirada y alcancé a ver por la ventana esas copas de árboles casi espléndidos que ante mi se levantaban, respiré hondo, una brisa cubrió mi cara, me sentí libre, me sentí mujer, me sentí humana....
Ya no me importan las palabras de nadie.
miércoles, 2 de julio de 2014
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